Archivo de data

Treinta y cinco años de adolescencia.

Posted in En la retina... with tags , , , , , , , , , , , , on 7 junio 2020 by Jdcc

En las cuestiones del séptimo arte se han producido muchos y profundos cambios de un tiempo a esta parte. Hoy en día casi puedes llegar a ver una película por internet antes incluso de que se estrene en una sala de cine para desgracia de los productores, pero allá por 1.985 las cosas eran muy diferentes. La mejor –y única– opción si querías ser de los primeros en ver una película de estreno y que nadie te la reventara era ir al cine donde te tocaba chuparte largas colas para comprar la entrada porque, para aquellos que no tengan edad suficiente o para los que el paso de los años les haya hecho olvidarse, no había otra forma de comprarla pues internet aún no existía a nivel “mundano” en nuestras vidas. La segunda opción, más tardía, era esperar a que saliera en “vídeo” y, para ser de los primeros, o tenías enchufe con el dueño del videoclub (*) de turno, o te recorrías todos los de tu barrio, o te tirabas esperando toda la tarde al nota que la había alquilado antes que tú y debía entregar la cinta ese día….. y rezando para que no se le pasara (para aquellos que no tengan edad suficiente o para los que el paso de los años les haya hecho olvidarse se pagaba un dinerito por alquilar la cinta de vídeo, ora sistema Beta, ora sistema VHS -porque el sistema 2000 no cuenta….. como tampoco contaba ya en aquellos tiempos-.

Sinceramente no recuerdo si me tragué largas colas en el cine, me pateé todos los videoclubs de la zona o me quedé esperando toda la tarde en uno de ellos para poder alquilarla, y tampoco puedo recordar el número de veces que la vería a lo largo de estos treinta y cinco años -la mayoría en una cinta de vídeo donde la grabé- hasta aprenderme el guión casi de memoria. Lo que sí puedo asegurar es que desde aquella primera vez en que ví los “Goonies” me convertí para siempre en uno de ellos, en un “goonie”, en uno más de la pandilla soñando con vivir otra de sus locas aventuras para poder ayudar a Mickey, para alucinar con los locos e ingeniosos inventos de Data, soportando las idioteces de “Bocazas” y riéndonos a costa de Gordi, poder pasear juntos en nuestras bicis por las calles de Astoria y ser eternamente jóvenes en los muelles de Goon. Desde aquella primera vez, os prometo, la magia de esa historia se quedó grabada dentro de mí para convertirme por siempre en un eterno adolescente hasta el día en que me hallen muerto como a Willy el Tuerto.

Perdón: olvide que “los goonies nunca dicen muerto”.

Para los más nostálgicos:

(*).- para aquellos que no tengan edad o para los que el paso de los años les haya hecho olvidarse un videoclub -según wikipedia- era/es un negocio que permite adquirir temporalmente en este caso de vídeo a cambio de un pequeño precio, un proceso también conocido como alquiler. Normalmente antes de proporcionar el artículo, la tienda pide tu información personal para hacerte cliente y datos de identificación como el DNI o un recibo para evitar fraudes y cobrar más si se atrasa el retorno de la cinta. Normalmente en los establecimientos físicos, las películas están expuestas por temáticas, separadas cada una en un pasillo o una estantería diferente. Normalmente sólo se exponía la caja de la cinta que sólo se daba cuando se alquila la película.

El tesoro de «Willy El Tuerto”.

Posted in Qué mundo, qué mundo!! with tags , , , , , , , , , , , , , , , on 9 septiembre 2015 by Jdcc

Yo siempre quise ser Mickey Walsh, y también Richard Wang, más conocido como “Data”, o incluso Clark Devereaux, “Bocazas” para los amigos. En realidad, hubiera dado casi cualquier cosa por haber sido cualquiera de los Goonies, para subir al desván y encontrar un viejo mapa con una cruz marcada, pedalear bajo la lluvia en busca de aventuras persiguiendo un sueño, enfrentarme a los Fratelli, atravesar numerosos pasadizos y encontrar el tesoro de Willy “El Tuerto” para poder salvar así la casa de mis padres y los Muelles de Goon humillando a los prestamistas…..para no rendirme nunca, porque los Goonies nunca se rinden. En su lugar tuve que limitarme a visionar la película una y otra vez de una forma incansable, haciendo como que desconocía la siguiente secuencia, “olvidando” los diálogos que me sabía de memoria. De hecho, todavía, justo treinta años después de su estreno, me sigo emocionando cuando la reponen.

Emocionado, pero de distinta forma y por distintos motivos, es como me siento cuando veo y escucho las noticias estos días sobre la población siria, aunque en realidad el problema se arrastre desde hace ya varios años (pero ya sabemos que aquello que no aparece en la tele, no existe). Me hiela la sangre ver las imágenes de miles de personas –a mí me da igual la nacionalidad- huyendo de una guerra -como hicieron otras muchos no hace tanto- atravesando el mar Mediterráneo de Turquía a Grecia en botes desbordados de gente, terror y esperanza, en el que yo no me atrevería a montarme para dar un simple paseo por la costa; que una vez allí, los que consiguen llegar, padres, madres, hijos, hermanos, niños, ancianos… atraviesan Macedonia hasta llegar a Serbia para luego, los que resisten, amas de casa, profesores, estudiantes, médicos, pastores, carpinteros…. enfrentarse a la frontera de concertinas de Hungría y a sus políticos y policías; recorrer a pie cientos de kilómetros sobre las vías del tren para intentar llegar a Austria, Alemania, o cualquier otro país de Europa donde poder dormir sin el terror a que te caiga una bomba a modo de despertador para regalarte el sueño eterno, para olvidar el miedo atroz de ver llegar el amanecer o el anochecer, y todo, para poder simplemente….. vivir. Y todo esto, sin rendirse, ante la mayor de las desventuras, bajo todas las inclemencias del tiempo habidas y por haber, enfrentándose a las mafias y desgobiernos, el hambre y la sed, y todo eso, todo eso, para huir de la muerte segura y hallar un hogar para tu familia, como si fueras en busca de un lejano tesoro perdido, como el de Willy “El Tuerto”, pero en lugar de un barco pirata, encontrar un pequeño trocito de felicidad.

Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. [(Preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, 4 de Julio de 1.776.)]