Archivo de febrero, 2021

«Ca cuá, es ca cuá»

Posted in Historias del día a día with tags , , on 20 febrero 2021 by Jdcc

En esta otra hoja de sierra de la pandemia, abierto de nuevo los lugares «no esenciales», decido regalarme un desayuno diferente. Bajo temprano a mi bar preferido. Me siento en la terraza. No hay nadie. El dueño aparece, nos saludamos, le pregunto por el negocio, hablamos de lo fácil que es salvar el mundo y me ofrece una nueva especialidad en el desayuno que acepto sin rechistar. El día empieza bien: cosas nuevas para descubrir. Mientras espero, llegan tres mujeres y se sientan en el otro extremo de la terraza. A pesar de la distancia, el nivel de voz coinense estándar es más que suficiente para ser plenamente partícipe de la conversación: es como estar sentado junto a ellas y te hablasen gritando al oído. El sustrato de la charla no puede dejarme indiferente:

M1: niña, échame ya la foto pal instagram que estoy a ver si me hago influencer.

M2: pero espera que te traiga el desayuno y así metes el café y el bollo!

M3: aaaaro!! aaaaaro!! así mehó tia!! así mehó!!

Llega el camarero para coger la comanda y les ofrece la misma delicatesen que a mí:

M1 (la potencial influencer): uffff, que va, que yo ya estoy a régimen pal verano!! que este año he decidido dejar el bañador y pasar al bikini!! y éstas dos están igual! así que algo más ligerito!!

M2: bueno niña, pero por un día no pasa ná!

Sin mediar más palabra:

M1: bueno venga, ponme uno de esos, pero pan integral, y unos churritos!!

M3: chocho!! qué rápido tazapazo el régimén cohone!!! (rién las tres y toda la gente que pasa por la calle se vuelve a mirarlas)

M2: po a mí tráeme otro igual y más churros!!!

Al final, la comanda, entre risas y chascarrillos, se va completa de bollos y churros. Pasó la fiebre del régimen veraniego. Cuando les trae el desayuno, una de ellas le increpa al camarero:

M1: guapo! no te he disho antes que estoy a régimen!! llévate el azúcar y tráete sacarina anda!! para todas!!

M3: venga niña! esha ya la foto pal istragram! pero quítate la mascarilla! Mira…. mira pallá! Pon cara de pasá de tó pero de interesante! así! Y ahora otra mirando ar café! Y otra dándole un sorbito!! Así, así!! que guaaaay tía!! como mola!! Otra paque salga el bocaillo que es nuevo!! Pero quita los churros!! que no salgan!!! que eso no vende!!

M2: po venga! súbela! que ahora entro yo y te escribo y te la comento! y cuando llegue le digo a mi «marío» y a mis niños que haga lo mismo! que así se empieza!

M3: yo ya te la he comentado!!!

M1: pero no tan rápido que si no se va a vé que ehtamos compinchá!!

M3: enga! vamos a los bocadillos que se enfrían los churros!! y fríos no valen paná!!

Ante conversaciones así, a veces me siento obsoleto, otras un poco viejuno, otras fuera del mundo…. aunque la mayoría simplemente diferente. Esa charla duró sólo unos minutos, pero inexplicablemente, cada frase se me iba grabando en la cabeza como el calor de un tortazo en la cara. Por suerte, a mí también me llegó ese mollete de presa ibérica al horno con sal aderezados con verdura a la plancha. El regusto salino de la carne con el amargo del café (sin azúcar, of course) me ha dejado un mar de sensaciones en el paladar. ¡Cómo echaba de menos este lugar!. Mientras me deleito, reconsidero mi mundo, y en mi esfuerzo cotidiano de no juzgar y respetar la variedad de personas que coexistimos en esta vida y en este planeta, se me viene a la cabeza una celebérrima frase coineña que lo resume todo: «ca cuá, es ca cuá».

Aquello de lo que me negué a hablar.

Posted in Con los ojos cerrados y el corazón abierto on 7 febrero 2021 by Jdcc

A menudo, últimamente, me suelo cruzar con un vecino que acostumbra a sacar devotamente a pasear a su perro. Al perro lo he visto crecer desde que lo adquirió hace ya tiempo siendo apenas un cachorro. Ahora que ya dejó de serlo y los veo a ambos salir a la calle de forma cómplice, tras saludar educadamente al dueño, mi vecino, en realidad me fijo siempre en el can. Lo observo disimuladamente al pasar, en secreto, sólo por unos instantes, en otra especie de complicidad que tan sólo entiendo yo, pero que cada vez que ocurre me transporta automáticamente a aquel día de Junio, aquel día del que nunca hablé de lo que pasó.

El perro de mi vecino es un gran y hermoso pastor alemán, como Radja, al que un día conocí, al que tanto temía yo cuando rondaba suelto por el jardín y que tanto me enseñó silenciosamente y sin pretenderlo sobre mí, sobre los animales y sobre la relación con las personas. Pero aquello de lo que nunca hablé y me negué a hablar no es de Radja, aquello de lo que me negué hablar fue sobre Stella, su fiel compañera canina de aquellos años, sobre aquella forma de caminar de pasos cortos, lentos y torpes, de su ceguera, de su paciencia, de su nobleza, de su tierno pelaje blanco, de su sabia paciencia, de su callada sabiduría…… y de su último día, ese que un día siempre llega y es inevitable. Aquello de lo que me negué a hablar fue de su repentino adiós dentro de un cuerpo totalmente inerte y su cuello abandonado al aire tras la inyección, de mi insoportable nudo en la garganta, del interminable recorrido en coche desde el veterinario hasta el jardín de la casa en el maletero liada en una manta, del dolor prepotente, del silencio frustrante, de aquella intensa lluvia que cayó del cielo como llorando el momento y que embarraba mis pies y embarró mi alma para siempre, de mi torpeza, de mi no saber qué hacer ni qué decir, de mi cobardía; de cada una de las terribles paladas de tierra que me tocó arrancar al jardín para cavar un hueco que la llevara al paraíso de los animales, de verla por última vez así y de verme por primera vez a mí en aquella situación, del terror que sentí en mis manos y mis brazos al tener que regresar luego con la pala la tierra a su lugar para que descansara en paz y para que se quedara ella y aquel momento dentro de mí para siempre, hasta hoy, tantos años después, recordando aquel momento cada vez que veo al perro de mi vecino.

Y es que resulta increíble la plastilina con la que está hecha nuestra alma, donde algunos momentos se marcan en ella de tal forma que, sin saber que están ahí, cuando menos te lo esperas, emergen y puedes palpar ese duro molde sumergiéndote sin remedio de nuevo en esos momentos lejanos, desgarradores y dolorosos que un día viviste, desenterrándose inesperadamente sin entender cual es el mecanismo ni la explicación ni la solución, reproduciendo ese duro nudo en la garganta durante breves instantes y aquella huella marcada para siempre con una lágrima frágil que intentas controlar y retener por un breve instante hasta que todo se esfuma justo un segundo antes de volver a lo cotidiano.

Siempre que volvía a la casa, cuando me quedaba solo, me asomaba en silencio desde la ventana durante algunos instantes y me detenía a contemplar aquel rincón del jardín, aquel pedazo de tierra y las flores que nacieron allí, y siempre, siempre, se me quedaba una extraña mezcla de cercanía, nostalgia, paz, impotencia, dolor, aceptación, frustración y cariño.