Archivo de egipto

La arquitectura del silencio.

Posted in Con los ojos cerrados y el corazón abierto with tags , , , , , , , , on 1 marzo 2023 by Jdcc

Momento del cepillado dental tras el almuerzo. Fiel a mis manías busco algo de música en el móvil para distraer ese tiempo muerto. El algoritmo de youtube decide mostrarme como segunda opción un concierto de Sting y pincho sin pensarlo dos veces. Suena “Shape of my Heart” que, como de costumbre, me pellizca el corazón. Giro la vista a la imagen del concierto y a los pocos segundos de ver el lugar donde tocan no puedo no dejarme arrastrar por la sorpresa de lo que veo. Intento reconocerlo pero, aunque me es familiar, no lo consigo. Leo el título del vídeo: “Sting – Pantheon- CMN – 50 ans de FIP”. Al parecer forma parte de una serie de conciertos que celebraron el cincuenta aniversario de una emisora de radio francesa. Es el Panteón de París, la ciudad a la que todo el mundo quiere ir, la ciudad a la que siempre quise ir, la ciudad a la que fui, la ciudad de la que una parte de mí nunca volvió, la ciudad a la que quiero regresar.

Sigo de reojo el juego del movimiento de cámara que graba el concierto y se despierta ese reconocible regocijo dentro de mí, esa inquietud cada vez que observo determinadas cosas, lugares o edificios, un pseudo síndrome de Stendhal. Instantáneamente pienso: “cómo agradezco todo lo que ocurrió (y sigue ocurriendo) en mi vida, sobre todo aquellos “fracasos” que ella misma, la vida, se encargaba (y se encarga) de reconducir a nuevas oportunidades que construyeron y construyen inesperadas victorias”.

Una de esas primeras ocasiones fue mi vuelta al instituto con veinte años tras despedirme de un trabajo al que entré al abandonar el bachillerato. También fue de las primeras veces que vislumbré cuanta sabiduría albergan los consejos y el instinto de las madres, al menos de la mía. Aquel retorno me aportó un hambre desconocido e insaciable en mí por estudiar, por hacerlo bien para progresar y reparar el error, me inyectó una sed por conocimientos despreciados y desaprovechados en un tiempo pretérito que no estaba dispuesto a dejar escapar de nuevo. Y fue en ese tiempo cuando me volví permeable a todo, cuando pude y supe dejar crecer algo que sin forma ni contenido nítido se manifestaba dentro de mí desde hacía tiempo: la fascinación y el amor por la historia, por la literatura, la pintura, por el arte en general y por la arquitectura en especial. Conocer la explicación a los secretos de las grandes y pequeñas construcciones que surgieron de la mano del hombre, el por qué de sus dimensiones y sus formas, sus metamorfosis, la adaptación a los espacios, a las necesidades, a las creencias, su evolución a través del tiempo. Todo eso me permitió a partir de ahí poder observar cada lugar con un lenguaje nuevo y con unos ojos llenos de magia cómplice donde otros veían simplemente muros y piedras, dándoles la oportunidad de que se me presentaran, de que me hablaran, me sedujeran, que se ramificaran dentro de mí, me descubrieran y me dieran a conocer la historia de su historia a través de las fachadas y los pórticos, los arcos y las bóvedas, las columnas y sus capiteles, los muros, los contrafuertes y los arbotantes, los relieves, las esculturas y las pinturas, los rosetones y las vidrieras, los espacios y sus alturas, la geometría de las luces y las sombras y los ecos en la arquitectura de sus silencios. Nada desde entonces y por todo aquello fue igual el mundo para mí.

De hecho, algo se paraliza y me estremece cuando recuerdo entrar y quedar absorto en la plaza del Obradoiro, o en tantas misteriosas, singulares y pequeñas iglesias románicas del Camino de Santiago como Santa María de Eunate; cuando descubrí el Coliseo, el Panteón de Agripa, el Vaticano (y la capilla Sixtina), la Basílica de San Pablo Extramuros o en cualquier plaza de Roma; el David de Miguel Ángel, la plaza del Duomo o el Ponte Vecchio en Florencia; la Plaza de San Marcos de Venecia; la medina de Fez; la Grand-Palace de Bruselas; la Mezquita o la Alhambra; la catedral de Sevilla; la basílica de Santa María del Mar de Barcelona o la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid; los cuadros de Goya o Velázquez; la pirámide de Keops, el templo de Philae o Abu Simbel; Notre Dame de París..… y tantos y tantos rincones que he podido admirar y los miles de lugares que no visitaré y que hablan por sí solos de lo mejor de la naturaleza del hombre.

Pero además de las técnicas constructivas, del diseño de las plantas y los alzados, además de la ingeniería, de los motivos, más allá de lo material, sin quererlo ni pretenderlo, me dejo atrapar y permear por lo que en ellos se desprende calladamente, ese otro aspecto que emana en cada lugar de esas características con más o menos fuerza, con más o menos presencia, aunque pueda parecer algo casi absurdo. En esos lugares, cada pequeño detalle inapreciable se engrandece y se vuelve gigante e infinito y me obligan a detenerme o sentarme, a prestar atención, a restaurarme, a sentir profundamente y a escuchar y mirar detenidamente para permitir que el abrumador y embriagador efecto que generan me encuentre, me rodee, me atraviese, me inunde, me impresione, me entristezca, me reconforte, me maraville y me inspire para poder encontrar en sus grandes silencios y en su inabarcable quietud las respuestas que nunca hallé en las palabras y las huidas, dando así sentido y vida a toda una realidad invisible que gracias a aquel fracaso convertido en victoria me reportan momentos simplemente inolvidables e inefables. Y esa fue, es y será mi suerte.

Pozo oscuro, aguas claras.

Posted in Con los ojos cerrados y el corazón abierto with tags , , , , , , on 18 septiembre 2022 by Jdcc

Decía un compañero, sabiamente: “hay que saber elegir las batallas”. En otra ocasión, colgado en mitad de una montaña oí: “soldado que huye vale para otra guerra”. Sinceramente, nunca fueron esas virtudes de las que haya podido presumir. Nunca supe elegirlas y jamás supe o pude huir de ellas. Por algún motivo me obligaba a no dejarlas pasar. Pero también es cierto que algunas veces no hay opción. Llevo tiempo pensando en las que fui atravesando desde hace casi un año y en las sensaciones y emociones que me invadían en los momentos previos, y lo que ocurrió en los momentos posteriores.

Cuando, roto por dentro, el cansancio me llevó al desapego decidí arrojarme emocionalmente a un pozo oscuro del que pensé que no encontraría una salida. Algunos meses después, ávido por abandonar ese pozo empecé a buscar experiencias para vivir la vida como si no hubiera un mañana, otra vez.

En una de ellas, me tocó descolgarme por una pared desde la que ni siquiera me atreví a mirar hacia abajo porque sabía que se apoderaría de mí un pánico incontrolable, así que simplemente me dediqué a disimular el miedo que me atenazaba, prestar atención a las instrucciones del monitor y centrarme en mi agitada respiración. Segundos después me descubrí colgado sobre un mini abismo que me empequeñecía y me devoraba por segundos. Sólo me quedó aguantar la presión, resistir, confiar y avanzar poco a poco…..poco a poco…..muy poco a poco. Al llegar abajo, me solté las cuerdas y el arnés, seguí disimulando unos instantes el acojone delante de los compañeros con una media sonrisa y me aparté del grupo. Me arrodillé, miré hacia arriba y dimensioné lo que acababa de hacer. Rompí a llorar como un niño. Por un lado, por la presión contenida, por otro, por la ansiedad que sufrí tanto tiempo, por otro por haber sido capaz de hacerlo descubriendo otra vez en mí cualidades que ignoraba tener y que siempre admiré en otros. Me sentí liberado y reforzado. En ese pozo oscuro, había aguas claras.

También hace ya muchos meses, recuperé una vieja costumbre abandonada: bañarme en el mar, de noche y desnudo. Poder nadar y abandonarte en ese negro infinito en que te recogen la noche y el mar siempre me atrajo y abrumó, pero a la vez me relajaba y me alejaba de todo. Recuerdo esa noche, aguantar la respiración al entrar en el agua, cerrar los ojos, sumergirme y sentir el roce del agua aliviadora del mar en cada poro de mi piel. Recuerdo luego estar un rato flotando en el agua mientras miraba el cielo negro acompañado sólo por mi respiración. Me volví a permitir abandonarme para poder rescatarme. Al incorporarme, limpié de mi cara las gotas de agua del mar, miré hacia la orilla y encontré el contorno de una sombra a contraluz. Sentí que esa iba a ser mi puerta abierta. En ese pozo oscuro, había aguas claras.

... flotando mientras miraba el cielo negro y oía tan sólo mi respiración

Meses más tarde, quise darle forma a un viejo sueño construido durante casi treinta años. Con una ilusión infantil desconocida en mí pero con la tristeza de tener que hacerlo sólo, me embarqué rumbo a Egipto. Me sentía como un niño en la noche de reyes. Justo antes de entrar en la gran pirámide estaba desbordado por la emoción: todo aquello era otra dimensión. Estaba tan nervioso, tan ansioso, tan deslumbrado y tan emocionado por poder ver, tocar, caminar y penetrar por aquellas misteriosas piedras milenarias que resultó estar viviendo algo irreal. Viajar solo te da otras oportunidades. Y en este viaje, entre muchos, hubo dos momentos únicos e inolvidables a los que mi cabeza recurre de vez en cuando, momentos que me ayudaron a entender qué había dentro de mí y qué había ocurrido conmigo: el primero, mis paseos a solas sin turistas por el mágico Templo de Philae; el segundo, navegar de noche por el Nilo sentado en la cubierta de la embarcación. Esas aguas, esa brisa, ese olor, ese cielo, esas estrellas, esa luna, ese sonido, ese balanceo, ese momento de infinita soledad se grabó en mi retina, en mi memoria, en mi piel y en mi corazón para siempre. En ese justo y exacto momento, el viento se llevó todas mis tormentas y me permitió ver de nuevo cuanta luz brilla en las noches negras y oscuras, me permitió descubrir que ese cielo y esa luz seguían ahí, intactos, para mí. En ese trayecto nocturno viví un breve pero consciente e intenso instante de infinita y absoluta serenidad que jamás olvidaré. En ese trayecto, encontré paz. En ese trayecto, clavé mi bandera. En ese pozo oscuro, había aguas claras.

...poder ver, tocar, caminar y penetrar por aquellas misteriosas piedras milenarias que resultó estar viviendo algo irreal

El otro día, después de muchos meses soportando un dolor crónico, lacerante y limitante que me ha obligado a readaptar constante y diariamente cada postura de mi cuerpo y me ha hecho sentir perdido, anulado, sobrepasado y derrotado, pude volver a hacer deporte y a nadar en la piscina. El momento exacto de entrar en el agua, percibir su textura, su temperatura y comenzar a deslizarme para ejercitarme sin sentir ese dolor en busca de una extraordinaria normalidad fue algo humanamente indescriptible y verdaderamente emocionante. Fue como si mezclara a la vez todas las sensaciones anteriores en una.

Se que aún me queda mucho camino, pero sentirse libre de las cadenas del dolor y el sufrimiento para disfrutar del regalo de la vida es el mejor regalo en sí mismo. Sin embargo, me gusta pensar que, como me ha ocurrido tan menudo últimamente, en ese pozo oscuro, también había aguas claras.