Archivo de Cueva de la Pileta

De la perversidad de los prejuicios.

Posted in Historias del día a día with tags , , , , , , , , , , , on 21 septiembre 2020 by Jdcc

No hace muchos días, inspirado por un programa en televisión, decidí regalarme una deseada y ansiada escapada motera por la serranía de Ronda (Málaga) para ver la conocida como Cueva del Gato. Ya puestos, también decidí con tal de alargar un poco la escapada, visitar otra conocida como Cueva de la Pileta. Entre medias, para todo ello, reservé una noche en un pequeño pero, a la postre, mágico y encantador hotel cercano:  Hotel Cueva del Gato. Tras darme una vuelta en moto reconociendo algunos pueblos de la zona y cenar algo volví al hotel antes del anochecer. Dando un paseo por las instalaciones y observando el huerto ecológico del que disponían, entró un muchacho en un vehículo rotulado, se bajó, y por la ropa me pareció un operario, un «currante», que en tono afable me preguntó: «¿todo bien?». Yo, sorprendido de que se dirigiera a mí, respondí: «¿trabajas aquí?»; «sí, soy el dueño», me dijo. La sorpresa fue mayúscula. Con el término «dueño» automáticamente imaginé alguien distante, autoritario, desconfiado, etc., no se muy bien por qué. El aspecto y la actitud inicial me habían secuestrado con la perversidad de los prejuicios. A partir de ese momento, tras varios comentarios formales de rigor me invitó a una cerveza e iniciamos una larga charla que me llevó a ratificarme en lo que hace tiempo leí y siento: descubrir lugares y conocer personas son la verdadera experiencia de la vida y la auténtica medicina contra las ideas preconcebidas. Compartió conmigo sus inquietudes, sus creencias, sus temores, sus proyectos vitales y profesionales. Con treinta y tres años resultó ser un afamado y emprendedor chef gaditano dueño, entre otras cosas, de una escuela de cocina, varios camiones foodtrucks de época y una asesoría de empresas de hostelería bien relacionada que combina en todas sus actividades una increíble labor social integrando a personas en exclusión social, invidentes y otros grupos con problemas. Además de todo ello, padre de tres hijos. No salía de mi asombro por la capacidad de ese hombre y la humildad y el cariño con el que hablaba de las cosas. Me explicó, como una de sus grandes inquietudes, la recuperación de la sabiduría popular y las costumbres rurales de nuestros mayores (cosa en la que coincidí, ¡y para muestra un botón!: Un cateto de ciudad.) y, especialmente, de la memoria culinaria de los pueblos para lo cual, entre otras cosas, se embarcó en entrevistar a numerosas personas ancianas de residencias de mayores de la zona dando como fruto un libro: «Despensa de Recuerdos». El entorno y la charla fueron más que asombrosas y enriquecedoras. Al volver a la habitación la curiosidad me hizo buscar más información en internet y quedé aún más sorprendido: vaya tipo en aquel recóndito lugar. A la mañana siguiente, en el desayuno, conocí a Toñí (su «lugarteniente» en el hotel) y a Fran, otro ayudante. También entablé conversación con ellos y me contaron la experiencia de trabajar con Miguel (el protagonista de esta historia), todo lo que había conseguido por él mismo y la increíble labor conjunta de levantar ese hotel, cuanto esfuerzo, sufrimiento, tiempo, vida personal y cariño invertidos que, entre todos, suponían la argamasa de esa historia. No es habitual que personas hablen con tanta admiración y cariño de otras personas, menos aún cuando es el jefe, pero es que el jefe hizo lo mismo la noche anterior respecto de sus empleados. Por cuestiones que no vienen al caso me sentí plenamente identificado y la conversación entró en un terreno profundamente emocional para mí al empatizar con un proyecto que empieza de cero donde vuelcas todo lo que tienes sin medida ni horarios. Concluimos que las personas que forman un equipo son la sal de la tierra en cualquier empresa, que el esfuerzo compartido, el apoyo mutuo, la sinceridad, la comunicación y el saber escuchar al otro son el agua y la luz cuando se quiere sembrar algo en cualquier ámbito.

Entre charla, gestos, anécdotas, bromas y risas me terminé el desayuno, recogí mi breve equipaje y, al poco, partí con mi regalo inmaterial -la experiencia-, con mi regalo material -una bolsa de hortalizas de su huerta ecológica que entregan a todos los clientes- y mi moto para recorrer las indescriptibles carreteras de la serranía de Ronda, la sierra de Líbar y Sierra Bermeja; a conocer la Cueva de la Pileta (¡increíble!), a bañarme en las refrescantes aguas de algunas pozas de río que el camino me quiso regalar y a sentirme libre volando sobre dos ruedas emborrachándome de naturaleza para confirmar que no siempre se necesita un plan, tan sólo salir a rodar para llenarte con un desorden de emociones.

 

La moto y la cueva; la cueva y la poza; la Sierra de Ronda, la Sierra de Líbar y la Sierra Bermeja......y el camino sin rumbo ni destino.

La moto y la cueva; la cueva y la poza; la Sierra de Ronda, la Sierra de Líbar y la Sierra Bermeja……y un camino sin rumbo ni destino.