Archivo de A un olmo seco

El botón que costaba cincuenta mil pesetas

Posted in Historias del día a día with tags , , , on 17 agosto 2011 by Jdcc

Resuelto a remontar mí torcida economía y empeñado a darle algún pequeño empujón a la cuenta de ahorros, decidí intentar reducir algunos gastos domésticos en post de añadir un poco de color, alejado del rojo,  a la cartilla del banco. Pero toda buena intención, llámese dejar de fumar a partir de cada lunes, ponerse a  dieta antes de cada verano o ser mejores personas cada uno de enero, se ve habitualmente truncada por factores totalmente ajenos e independientes a nuestras voluntades. Y para muestra un botón.

            Justo cuando acabé de sacar de la washing-machine la ropa recién lavada, me dispuse a iniciar un nuevo programa. Diez minutos después de comenzar, al pasar por allí observé como todas las luces del panel de la máquina se encendían y apagaban intermitentemente. Parecía como si ella – la lavadora -, en un lenguaje místico e indescifrable para mí quisiera advertirme de algo en su idioma mecánico. Algo no iba bien era lo único que conseguí captar. Tras algunas comprobaciones visuales y tacto-rectales por las partes más íntimas del aparato, pude concluir que estaba inoperativa… vamos, que se había jodido (la lavadora, yo y mi fantástica idea de ahorro).

            Dado que por estas alejadas tierras en las que habito no moran excelsos servicios de reparación tuve que indagar hasta dar con un “muchacho mu apañao que arreglaba cosas”. Puesto en contacto, concertamos una visita a domicilio para la próxima semana, por lo que me empleé en la búsqueda y captación de fondos para la inminente reparación (entre 80 y 120€) o sustitución de la máquina (entre 200 y 300€ -cincuenta mil “de las antiguas pesetas-”). La verdad es que la única fuente de recursos que se me ocurrió fue la hucha que tenemos en la cocina donde caen como lamentos del cielo los céntimos que malviven y vagabundean en el monedero.  Llegó la próxima semana pero no el “muchacho tan apañao que arreglaba cosas”. Y la ropa se acumulaba. Puesto en contacto de nuevo con el “muchacho”, alegó en su defensa que “sinceramente” se había olvidado, pero que la próxima semana estaría sin falta. Gracias al compacto fondo de armario conseguimos aguantar los siete días. Y llegó la siguiente semana, pero el “muchacho tan apañao que arregla cosas” volvió a dar sinceras calabazas. Debe ser el reparador de cosas más ocupado de toda la crisis mundial, pensé. Dispuesto a no darme por vencido ni derrotado, como en otras ocasiones, decidí sumergirme en el universo de Internet, lugar en el que, puede comprobarse de forma empírica que no existe nada en el mundo que te haya pasado a ti que antes no le haya ocurrido a otra persona y que a la vez, ésta persona sea tan previsora y hábil como para contarlo en un foro o blog, e incluso coger su cámara de video y grabar como se repara, prepara o construyen mil y una cosas. Descubrí entonces que todo lo bueno y malo de lo que nos estaba pasando se lo debía a un tal Alva Fisher, demiurgo primigenio de las lavadoras eléctricas. Que todo podía ser cuestión de un atasco provocado por cualquier nimio objeto, de una tal “bomba de desagüe”, del programador o simplemente de cambiar la washing-machine por una nueva. Que con una linterna, un destornillador y muchas ganas de dejarse las rodillas ancladas al suelo era posible buscar el problema y con suerte encontrar una solución. No quedaba otra. Esta vez fue algo más que una simple visual y tacto rectales. Esta vez fue cirugía de la buena. Al poco, descubrí como una mierda de botón de aproximadamente centímetro y medio de diámetro bloqueaba una pequeña hélice de plástico adosaba a la bomba de desagüe, que impedía el buen funcionamiento de la misma, lo que imposibilitaba que se crease la corriente adecuada para la evacuación del agua alojada en el tambor, origen del problema y de la solución. Fue otra inmensa e inefable hemorragia de placer cuando a los diez o quince minutos después de iniciar un programa de prueba, la washing-machine ya no emitió más señales luminosas de alerta y prosiguió con su programa habitual. No tengo palabras realmente para describir el momento ni la sensación. Guardo ese botón en algún lado, el botón más caro que conozco, el que me ha hecho gastarme el dinero que hemos ahorrado en otros menesteres, distintos por supuesto a la cartilla de ahorros.  De todas formas, ha sido un provechoso final, bueno, bonito y esperanzador, cual canto al olmo viejo. Y para muestra, un botón.

P.D.: Gracias a David (R.C.) por enseñarme que siempre hay una forma de hacer fácil lo que a veces parece tan complicado.

Lavadora primigenia sin problemas con bomba de desagüe

Lavadora primigenia sin problemas con bomba de desagüe

Alva Fisher.- El demiurgo de las lavadoras

Alva Fisher.- El demiurgo de las lavadoras