Aquello de lo que me negué a hablar.

A menudo, últimamente, me suelo cruzar con un vecino que acostumbra a sacar devotamente a pasear a su perro. Al perro lo he visto crecer desde que lo adquirió hace ya tiempo siendo apenas un cachorro. Ahora que ya dejó de serlo y los veo a ambos salir a la calle de forma cómplice, tras saludar educadamente al dueño, mi vecino, en realidad me fijo siempre en el can. Lo observo disimuladamente al pasar, en secreto, sólo por unos instantes, en otra especie de complicidad que tan sólo entiendo yo, pero que cada vez que ocurre me transporta automáticamente a aquel día de Junio, aquel día del que nunca hablé de lo que pasó.

El perro de mi vecino es un gran y hermoso pastor alemán, como Radja, al que un día conocí, al que tanto temía yo cuando rondaba suelto por el jardín y que tanto me enseñó silenciosamente y sin pretenderlo sobre mí, sobre los animales y sobre la relación con las personas. Pero aquello de lo que nunca hablé y me negué a hablar no es de Radja, aquello de lo que me negué hablar fue sobre Stella, su fiel compañera canina de aquellos años, sobre aquella forma de caminar de pasos cortos, lentos y torpes, de su ceguera, de su paciencia, de su nobleza, de su tierno pelaje blanco, de su sabia paciencia, de su callada sabiduría…… y de su último día, ese que un día siempre llega y es inevitable. Aquello de lo que me negué a hablar fue de su repentino adiós dentro de un cuerpo totalmente inerte y su cuello abandonado al aire tras la inyección, de mi insoportable nudo en la garganta, del interminable recorrido en coche desde el veterinario hasta el jardín de la casa en el maletero liada en una manta, del dolor prepotente, del silencio frustrante, de aquella intensa lluvia que cayó del cielo como llorando el momento y que embarraba mis pies y embarró mi alma para siempre, de mi torpeza, de mi no saber qué hacer ni qué decir, de mi cobardía; de cada una de las terribles paladas de tierra que me tocó arrancar al jardín para cavar un hueco que la llevara al paraíso de los animales, de verla por última vez así y de verme por primera vez a mí en aquella situación, del terror que sentí en mis manos y mis brazos al tener que regresar luego con la pala la tierra a su lugar para que descansara en paz y para que se quedara ella y aquel momento dentro de mí para siempre, hasta hoy, tantos años después, recordando aquel momento cada vez que veo al perro de mi vecino.

Y es que resulta increíble la plastilina con la que está hecha nuestra alma, donde algunos momentos se marcan en ella de tal forma que, sin saber que están ahí, cuando menos te lo esperas, emergen y puedes palpar ese duro molde sumergiéndote sin remedio de nuevo en esos momentos lejanos, desgarradores y dolorosos que un día viviste, desenterrándose inesperadamente sin entender cual es el mecanismo ni la explicación ni la solución, reproduciendo ese duro nudo en la garganta durante breves instantes y aquella huella marcada para siempre con una lágrima frágil que intentas controlar y retener por un breve instante hasta que todo se esfuma justo un segundo antes de volver a lo cotidiano.

Siempre que volvía a la casa, cuando me quedaba solo, me asomaba en silencio desde la ventana durante algunos instantes y me detenía a contemplar aquel rincón del jardín, aquel pedazo de tierra y las flores que nacieron allí, y siempre, siempre, se me quedaba una extraña mezcla de cercanía, nostalgia, paz, impotencia, dolor, aceptación, frustración y cariño.

2 respuestas to “Aquello de lo que me negué a hablar.”

  1. Hola,

    No sé cómo llegué hasta tu ventana, pero hace mucho que tus publicaciones llegan a mi mail. A veces he prestado atención, otras no (tremendamente honesta que soy).
    Pero hoy me he animado a agradecértelo, porque lo que compartes desde el fondo de tu alma, toca la mía con suavidad.
    Leyendo esta entrada de tu blog ahora, has acompañado mi dolor y seguro que de algún modo, también yo el tuyo.
    Los que tenemos animales sabemos de ese sentir.
    Justo anoche, desvelada por la luna llena, fui a visitar el lugar del jardín donde despedí al gato que acompañó parte de mi juventud.
    Ahora, la “magia” me trajo de nuevo a tu ventana, como parte de un duelo que se cierra con una sonrisa.
    Como un mensaje universal que nos hermana. Y me siento menos sola.
    De corazón: Gracias.

  2. Hola María. Gracias a ti, por leer y escribir…. y da igual el nivel de atención. Gracias.
    Fíjate, con lo grande que es el mundo e Internet compartimos emoción e historia. Sin duda, algo de magia habrá. Sin duda.

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