Día de playa.

Soy mar. El salitre y la sal forman parte de mí. A pesar de eso, no acostumbro a estar un día entero en la playa pero a veces, puede ser muy apetecible si encuentras un lugar adecuado. Búscate un rincón apartado de la costa turística, si no lo más alejado posible al menos lo más virgen posible de hoteles, chiringuitos y paseos marítimos con gente y coches que deambulan constantemente. Búscate un refugio de esos huérfanos de aceras donde el acceso a la playa es una aventura en sí mismo bajando por un acantilado. Búscate una de esas playas donde el agua del mar no te esconde nada por lo clara, limpia y transparente, tanto que verás el fondo desde lo alto del acantilado antes de bajar. Da igual arena fina o de guijarros, todas son buenas. Disfruta de la caminata al bajar y deja de verlo como un problema, forma parte del encanto. Busca un hueco para ti, planta esa sombrilla, tiende tu toalla, coloca tu bolsa o tu mochila y no demores ese primer contacto con el agua que tendrá la temperatura perfecta tras el esfuerzo de la bajada, déjate caer y nota la piel erizándose de alegría al sentir el frescor del agua. Túmbate al sol después y vive las lentas y simbióticas caricias que los rayos te proporcionan para secarte el cuerpo mojado. Olvida el móvil y llévate un buen libro. Tampoco desatiendas el aspecto culinario. La playa es un magnífico sitio para darle gusto al paladar. Algún aperitivo y un cerveza bien fría son imperdonables. Luego, aunque un bocadillo es siempre buena opción, me inclino por una buena tortilla de patatas con cebolla, o una ensaladilla de pimientos asados o incluso salmorejo, aunque particularmente me encanta un buen plato de pasta acompañado de un lambrusco bien frío. Todo sabe mejor. ¿Y qué me dices de la siesta? ¿Hay siesta mejor en el mundo que tumbado a la brisa del mar? Al atardecer, espera a que la gente empiece a abandonar la playa, es posible que aparezcan algunas nubes y el día se enfríe un poco. Aprovecha el atardecer y nada tranquilamente hacía el fondo cuando el mar esté en calma, escucha el tibio ruido del agua al bracear y el crujir de las piedras del fondo del mar con la marea cuando sumerjas la cabeza. Gira el cuerpo y colócate boca arriba un instante, flota y abandónate a la respiración con los ojos abiertos al cielo. Relaja todo el cuerpo, nota la profundidad. Retén dentro de ti las sensaciones con el movimiento del agua, el cuerpo y siéntete libre entre la infinita hermandad del cielo, el mar y tú como nexo en ese universo durante ese breve instante. Yo no se qué es la felicidad, pero para mí, esa sensación se le debe parecer mucho. Luego toca regresar, subir la pendiente. Pero no pienses en eso, recréate en las vistas conforme subas y no dejes de mirar a esa perfecta línea del horizonte que une el cielo y el mar, deslúmbrate con esa inmensidad. Cierra un círculo de placer con todos estos pequeños grandes lujos que nos ofrece la vida y que suponen una fiesta para los sentidos.

abandónate..... y siéntete libre entre la infinita hermandad del cielo, el mar y tú

abandónate….. y siéntete libre entre la infinita hermandad del cielo, el mar y tú.

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