Una de animales.

A veces me enfado conmigo mismo cuando determinadas cosas o situaciones no consiguen entrarme en la cabeza, aunque bien es cierto que el primer escollo que se me plantea, es distinguir si esto que me ocurre es por supina ignorancia o mera incredulidad. Es posible que me ocurra a veces eso de “si no lo veo, no lo creo”. Desde siempre, uno de estos misterios insondables para mi corto intelecto ha sido por ejemplo el influjo de la luna sobre los océanos; o el misterio de las ondas herzianas o de cómo la voz de un tipo que está delante de un micro a miles de kilómetros puede viajar a través del aire hasta llegar a mi receptor de radio; o de más actualidad, cómo un cacharro (disculpen la falta de tecnicismos) enviado por el hombre a Plutón (que ni siquiera puedo alcanzar a imaginar donde está) puede enviar imágenes, sonidos y recoger muestras para ser analizadas en la NASA. Todo lo que no tiene un nexo de unión palpable entre sí, se me sigue resistiendo y me sigue pareciendo algo increíble. Siguiendo este defecto mío, últimamente me he tenido que volver a enfrentar a algunos tipos de cuestiones en relación al hombre como ser humano, y de cómo este animal bípedo puede ser capaz de las cosas más increíbles y fantásticas hasta convertirse en un ser inigualable, pero habiendo de confrontarlo por los dos extremos: por lo bueno, y por lo malo.

Como un palo a medio quemar, o negro como el tizón, era -y sigue siendo afortunadamente- el perro galgo que hace varias semanas apareció de repente en la calle donde habito, de forma no poco inesperada y sorprendente. Claramente abandonado, desnutrido, triste, roto de arañazos y moribundo, sin casi poder andar, se apostaba buscando refugio del sol abrasador en una sombra. Otro pobre animal abandonado a su negra suerte, pensé. Pero esta vez me equivocaría…otra vez, porque desde el preciso instante en que ella lo vio a través de la ventana, le haría cambiar toda su mala suerte por la buena, y con ésta, su destino acabado por un futuro a punto de empezar. Fue ella quien salió a buscarlo, lo alimentó, quien le dió de beber y quién le propició una oportunidad, cariño y una esperanza durante algunos días. Fue ella quien movió cielo y tierra hasta encontrar un lugar para él, una asociación que se encarga de recoger galgos abandonados. Mi pregunta, llegado este momento y como parte asociada a mi ignorancia, fue rotunda: ¿Una asociación que recoge galgos abandonados?. Cuando al día siguiente, los voluntarios de esa asociación hicieron un viaje de ida y vuelta para recogerlo y hacerse cargo de él, sumé a mi supina ignorancia, la parte de incredulidad al conocer la maldición de estos perros.

Al parecer, según nos contaron, lo que yo entendía como un hecho aislado el haber encontrado un galgo abandonado es, según supe, una guerra diaria que es librada para intentar salvarlos de la mano del hombre. “El nuestro”, había sido “afortunado, ha tenido mucha suerte”, nos dijeron, mientras yo seguía rellenando de sorpresa mi ignorancia. Al parecer, su buena suerte había consistido, entre otras, en que no tenía la nuez rota por la “prueba del arrastre” (¿?, traducción simbólica de mi gesto facial), un “entrenamiento” que consiste en amarrar varios galgos a un vehículo que circulará a gran velocidad y cuando alguno (por su torpe caminar) tropieza y cae, el vehículo no se detiene, y será arrastrado todo el camino (asfalto o tierra según toque) hasta que el buen conductor tenga a bien dar por terminada la sesión. Su buena suerte también había consistido en que el antiguo dueño, no había caido o perdido el tiempo en rajarle el cuello con una navaja para extraerle el chip a fin de evitar poder ser identificado. Sumó a su fortuna, el no haber intentado buscar y volver a su casa con su dueño en un acto de cariño y fidelidad para que éste, en un arrebato de amabilidad extrema, lo volviera a abandonar pero esta vez, eso sí, con la precaución de romperle las patas, no fuera a ser que le diera por volver a ese animal desobediente. Por supuesto, tampoco le acompañó la mala estrella de ser ahorcado de la rama de un árbol para, además, una vez indefenso, ser apaleado hasta la muerte. Mi parte incrédula lejos de menguar, iba agrandándose como un agujero negro.

La suerte, como la fortuna o la estrella, existe de la buena y de la mala.

Semanas después, acudimos al refugio para galgos para comprobar como el milagro del mismo hombre, como ser humano, puede compensar el mal que otros fabrican. Phoenix, fue el nombre elegido para su rebautizo.

Oigo de vez en cuando que los animales no tienen conciencia de su existencia, pero yo, que no creo mucho en estas cosas, tengo que confesar que al verlo y verme reflejado en sus ojos, fue como si su mirada nos reconociera y se mostrara agradecido, de una forma sencilla, tranquila, serena, humilde, como fue al encontrarlo, como es, y como, afortunadamente gracias a ella, seguirá siendo en su nuevo hogar de acogida en Holanda, próximo destino después de su paso por el refugio.

P.D.: Enhorabuena a los voluntarios del refugio de galgos en familia (www.galgosenfamilia.es), y en general a todos los que compensan con cualquier buen acto, todo el mal de este mundo.

P.D. (2): “Una de animales”, el título de este post, no lo puse pensando en los galgos precisamente.

P.D. (3): Para ella, Cor, la heroína de esta historia, que durante el camino compartido me ha enseñado a abrir el corazón y a acercarme a los animales, esta vez sí, de cuatro patas.

 

Phoenix...o Fenix.

Phoenix…o Fenix.

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