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Almorzaba con quien por entonces era mi novia y su familia en la cocina de estos. Charlábamos distendidamente como era costumbre y, como era también mi manía, visionaba en la distancia la tele en busca del comienzo del telediario, a eso de las 15:00 horas, para enterarme acerca de lo que podía acontecer por el mundo durante ese día. La primera imagen que apareció en la pantalla de aquel telediario fue la de Matías Prats – hijo – hablando, y justo después la imagen de dos edificios de New York muy altos que yo no conocía de nada, y uno de ellos humeando. El corresponsal de turno y Matías narraban lo que parecía ser un incendio provocado por el impacto contra el edificio de una avioneta. Sinceramente al principio no me llamó mucho la atención, al menos, no más de lo habitual. De repente, y en lo que cuentas uno, surgió por el borde lateral de la pantalla una gran bola de fuego, parecía como si algo se hubiera estrellado directamente contra el otro edificio. No pude articular más que alguna palabra de sorpresa, no recuerdo cual, una de esas del tipo joder, hostia, coño….o alguna de esas que a uno le salen de dentro sin pensarlo ni desearlo. No podía creer lo que estaba viendo, de hecho, es que todavía me cuesta creer que pasara. Peor que yo reaccionaron Matías y el corresponsal, a quienes la incredulidad les golpeó de tal forma que les costaba reconocer la realidad de lo que sucedía y comentar lo que parecía estar ocurriendo. La marea de imágenes y comentarios, verdades y mentiras, informes oficiales y teorías de conspiración que se han vertido después no tiene fin. Como siempre, todo se mezcla y se confunde para que la niebla impida reconocer el camino.

          Después también vinieron, el coco del siglo XXI, ese malo malísimo que acabó perdido en mitad del océano (o eso cuentan), dos guerras que a día de hoy no han acabado ni tampoco cumplido sus objetivos con el fin de proteger a muchos del terror, pero que sí habrán reportado grandes beneficios a unos pocos; una gran cárcel sin justicia ni leyes en tierras cubanas (Fidel, el que no quiera sopa que le den dos tazas) y un orden mundial donde el miedo fue inyectado como forma de vida cotidiana para poder romper todas las delgadas líneas que separaban los moldes de la libertad y la seguridad y así justificar todo lo que fuera necesario justificar.

          Una vez leí que en la guerra participan dos clases de personas, aquellas que la sufren y aquellas que se benefician de ella. Por ello, y más allá de las verdades y de las mentiras, vayan estas simples palabras de recuerdo a toda la gente que forma parte del primer grupo, gente normal, padres, madres, hermanos, amigos, vecinos, conocidos, bomberos, médicos, policías, fontaneros……gente que se levanta para ir a trabajar, que lucha cada día por sobrevivir y persigue conseguir con su esfuerzo un mejor entorno para sí y los suyos….. a todas las persona para las que aquél día supuso el comienzo de una pesadilla sin fin, ya sean americanos o musulmanes, blancos o negros, porque el sufrimiento no conoce de colores ni religiones, y sí de corazones y miradas. A los de la segunda clase, y a aquellas que con el sufrimiento de otros encuentran y construyen su beneficio propio, el deseo silencioso de que la vida, algún tipo de justicia o su propia conciencia, les cobre con creces los intereses de su deuda.

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