El 13 del 11 un 23 del 12.

El día treinta de septiembre de 2.019 estaba aún en el aeropuerto de Amsterdam, mi ciudad pendiente, regresando de un viaje increíble e inolvidable por la costa oeste de Estados Unidos como regalo y epílogo de un apoteósico final de carrera universitaria y como prólogo de lo que estaba por venir.

Sin pensármelo demasiado y sin tiempo para recuperarme del esfuerzo de la carrera decidí aprovechar la ocasión que me ofrecía la vida y prepararme otras oposiciones en un tiempo que se preveía inverosímil, así que al día siguiente de bajarme del avión me planté, como hice casi una década atrás, en Aula Malacitana para ponerme otra vez en sus manos, de nuevo para otro reto “imposible” para mí, pero consciente de que la diferencia ahora entre aquella vez y ésta era yo, quien fui, quien soy, lo vivido, lo sufrido, lo superado, mi crisálida, mi metamorfosis personal. La diferencia es que ésta vez no quise afrontarlo como un sueño inalcanzable sino como un objetivo a conseguir, y lo hice con una consciencia y una claridad raras en mí: estaba dispuesto a romper mis propios límites personales y eliminar cualquier creencia limitante.

Y a ello me puse de nuevo, renunciando a un temario reducido y asumible opté por los ocho tomos completos e inabarcables del temario para, otra vez, encerrarme, para otra vez ponerme en “modo hormiguita”, hora a hora, día a día, invirtiendo vacaciones, semanas sin sueldo, domingos, festivos, mañanas frías, tardes de biblioteca, noches solitarias, otra vez luchando contra la maldita cabeza, contra los miedos, los imprevistos, las derrotas, las emociones, los contratiempos, los desánimos, otra vez, otra vez, otra vez….todo otra vez durante cinco largos, inacabables y duros meses.

Pero también ocurrió que atendí adecuadamente a mi instinto, recuperé mis pautas, mis manías, mis disciplinas, mis protocolos y llegó el primer examen y lo aprobé, y luego el segundo examen, y lo superé. Así que tocó volver a continuar luchando por este sueño e ir a por el tercer examen. Fue el 23 de Febrero de 2.020, justo semanas antes de una ignorada pandemia mundial que nos alteraría toda la vida tocaba desplazarse de nuevo a Barcelona. El 13 del 11, tras más de nueve meses de espera salieron las notas y ha ocurrido… otra vez: objetivo cumplido.

Hoy, 23 del 12, mientras escribo, escucho de nuevo ese replicar de las campanas de la iglesia como lo hacía en esas largas y solitarias tardes de invierno. Ahora miro de nuevo el cielo nublado a través de la ventana. Todo parece igual por unos segundos, pero no, no es lo mismo. Ahora se que una década de proyectos se ha cerrado, se ha acabado, con un resultado que ni en el mejor de los planteamientos podría haber previsto tras una lucha incansable y que durante mucho tiempo pareció no tener fin. Ya no quedan asuntos pendientes en este terreno, ya no quedan espinas clavadas. El sabor de la derrota, ese que tantas veces probé y llegué a pensar que formaba parte de mi ADN, resultó particularmente didáctico, pero el sabor de la victoria es dulcemente embriagador e infinitamente más satisfactorio, y ahora se de qué pasta estoy hecho aunque me cueste creerlo a veces.

Gracias de nuevo, como hace diez años y como no, a Aula Malacitana por acogerme siempre en el último momento y hacerme un hueco en su casa, en su historia, de la que me siento parte. Ya no descubro nada. Esta vez fue igual de duro y no hubo tanto tiempo, pero no existe objetivo frente al que una voluntad inquebrantable y decidida pueda resistirse.

Gracias a tí, cuando leas esto, que te reconoces, por tu impulso, por contar, por estar.

Y ésta nueva victoria de mi vida que ahora saboreo, se la dedico a mi abuelo, que tanto me enseñó de letras y números y que hoy sí, estaría orgulloso de mí; y a su hijo, mi padre, que por desgracia nunca estuvo; y a mi madre, que siempre está. Pero especialmente me la dedico a mí que me toca soportarme y superarme cada día de mi vida para, poco a poco, ir aprendiendo a quererme, disfrutarme y valorarme más. A mí, sí a mí, al único que sabe realmente cuánto sufrí, cuánto lloré, cuánto empujé, cuánto superé. A mí, orgulloso de mí, sí de mí, por mi instinto, por mi voluntad inquebrantable, por mi desconocida fortaleza en los peores momentos, por mi constancia, por mi resiliencia, mi disciplina y mi templanza. ¡Ole mis cojones!

P.D.(1): Una vez, en un recodo de un sendero cualquiera del Camino de Santiago encontré pintada una frase: «Dont´t stop walking». Esa frase me la grabé a fuego en mi cabeza y en mi alma y desde entonces se convirtió en mi mantra particular en los peores momentos académicos y vitales.

P.D.(2): Lo mejor es que lo mejor está siempre por llegar.

2 respuestas to “El 13 del 11 un 23 del 12.”

  1. Cada día más orgullosa de tí , cuánto me alegro de forma parte de tí

  2. Enhorabuena por todo lo conseguido en esa década y efectivamente ¡¡Ole tus cojones!!. Has de estar muchísimo más que orgulloso de tí mismo.
    Gracias por escribir este post, espero que sea un empuje a todos quiénes de alguna forma parecida o no, luchan por conseguir sus objetivos.
    Valentía admirable, y admiración infinita hacia ti.

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